No me cortés las alas.
Yo sé que este no es el desierto,
y llueve la mitad del año,
pero vení, pará lo que estás haciendo
y vamos a ver la lluvia caer.
Bailá conmigo al sonido de las
gotas gordas que caen.
Plop. Plop. Plop.
¿No ves qué lindas suenan?
Vos me decís que acá
las cosas son diferentes,
que todos se visten de negro,
que hay que ser más serio.
Pero no me cortés las alas
que a mí me encanta volar.
¿Sabés cómo se siente
la barriga cuándo te reís sin parar?
Te prometo que se siente
igual de rico,
estemos aquí
o estemos allá.
Yo sé que a vos de chiquito
te dieron el serrucho de carpintero.
Mejor construyamos
una casita en el árbol,
en vez de huecos en el suelo.
Vamos, tomame la mano,
quitate los zapatos
y sentí el arena entre tus dedos.
Escuchá la historia del erizo
que te viene a contar un cuento.
Dame cinco minutos
y te escribo un poema,
así las próximas cinco horas
te trabajo sin condena.
No me cortés las alas,
volá conmigo.
¡Vamos!
Te prometo que,
cuando volvamos,
no habrán arrepentimientos.